Estoy hasta las cejas de leer a los súbditos neoimperialas hablar “Esdequelosmexicanosnoganaron la guerra porque los prusianos, porque Lincoln, porque Napito el Tres, porque Paco Pepe empeorador de Austria no le ayudo a su carnal, porque los conservadores traicionaron…”
En 1871 Juárez le escribió a un amigo: “La lucha guerrillera […] es la única guerra de defensa real, la única efectiva contra un invasor victorioso”, y añadió que habría que imitar allá la táctica desplegada en México, “hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislando y destruyendo sus convoyes, no dándole ni reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones; desgastándolo poco a poco en todo el país ocupado; y, finalmente, obligándolo a capitular, prisionero de sus conquistas, o a salvar los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida.”
“Ésa es, como sabe usted, la historia de la liberación de México.”
Luego de casi cuatro años de guerra, a fines de 1865, a Napoleón III le estaba quedando claro que sería imposible o carísimo en dinero y vidas sojuzgar la resistencia mexicana, pero ordenó a Bazaine un último esfuerzo, una “ofensiva general” como la del invierno de 1863-1864 (los franceses peleaban mejor en el invierno mexicano), y a pesar de que Maximiliano estaba muy lejos de cumplir sus compromisos adquiridos en Miramar.
La ofensiva fracasó y en marzo de 1866 inició un nuevo empuje republicano: Escobedo batió una columna francesa en Santa Isabel, cerca de Monterrey; Riva Palacio volvió a Zitácuaro, “incendió” el oriente de Michoacán y amagó Morelia con Régules, amo y señor de la tierra caliente; Álvarez ganó Guerrero; Terrazas recuperó Chihuahua, a la que pudo volver Juárez; García de la Cadena controló Zacatecas; Porfirio liberó Oaxaca tras apalear al invasor en La Carbonera y Miahuatlán; Escobedo volvió intransitables para los franceses los caminos del noreste. Se sumaría en junio la espectacular victoria de santa gertrudis, mientras Corona recuperaba Sinaloa y en todas partes ardían los corazones patriotas.
Luego de la batalla de Santa Isabel (1º de marzo), Bazaine prohibió severamente todo movimiento de fuerzas francesas fuera de las grandes líneas de operaciones, es decir, de Veracruz a Guadalajara por México, Querétaro y Lagos de Moreno; de Querétaro a Monterrey, y de Lagos a Durango. Desde entonces, sólo los conservadores de Mejía, Méndez, Lozada y Quiroga, más la legión austriaca y la belga (4 000 hombres), fueron las únicas fuerzas que podían moverse en verdaderas acciones ofensivas contra los guerrilleros. Maximiliano tuvo que recurrir a dos hombres a los que había echado del país con cargos diplomáticos decorativos: Miguel Miramón, el más popular de los caudillos conservadores; y el feroz Leonardo Márquez, con mucho, el mayor talento militar de la reacción.
A lo largo del verano de 1866, los franceses desocuparon el norte. Plaza que dejaban, plaza que caía en poder de los republicanos comandados por Escobedo, Corona y otros jefes. Entre julio y septiembre la República recuperó la frontera hasta Mazatlán y Tampico. El 12 de septiembre, Napoleón III declaró con total claridad que no podía dar a México ni un franco ni un hombre más, y avisó que en febrero de 1867, marzo a más tardar, la evacuación sería completa. Maximiliano continuó con sus vacilaciones, sus torpezas, su ceguera, su odio a Bazaine, quien le sirvió eficazmente.
Hay dos series de documentos enormemente importantes: en los dos volúmenes del libro recopilado por don Genaro García, “La intervención francesa en México según el archivo del mariscal Bazaine” (la versión más accesible es la publicada por el gobierno de Puebla en 2012, pero hay múltiples ediciones), donde pueden leerse las instrucciones a que hago referencia, así como los cada vez más pesimistas análisis de Luis Napoleón Bonaparte y su hombre en México.
Y por el otro lado, las reseñas y crónicas escritas por hombres que tomaron parte en la guerra y que con la documentación a la vista, escribieron la historia de la chinaca, de las guerrillas que en la segunda mitad de 1866 fueron convirtiéndose en Ejércitos:
Eduardo Ruiz, “Historia de la guerra de Intervención en Michoacán”, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1940 (la mejor crónica detallada del funcionamiento de la chinaca, escrita por quien acompañó a Riva Palacio toda la guerra).
José María Vigil, et. al., “Ensayo histórico del Ejército de occidente”, México, INEHRM, 1987.
Juan de Dios Arias, “Reseña histórica de la formación y operaciones del Cuerpo de Ejército del Norte…”, México, Nabor Chávez, 1867.
Manuel Santibáñez, “Reseña histórica del Cuerpo de Ejército de Oriente: Escrita con acopio de datos por el general…”, México, Tipografía del Timbre, 1892.
Porfirio Díaz, “Memorias”, México, Editorial Offset, 1983 (hermoso libro escrito en el pináculo de su poder, cuando reconoce todos los méritos de los demás y cuenta modestamente los suyos propios).
Pedro Salmeron.