La historia del rock está llena de encuentros fortuitos, rivalidades veladas y caminos que casi se cruzan. Uno de estos episodios poco conocidos gira en torno a Paul McCartney, Linda Eastman y Jim Morrison.
Antes de convertirse en la esposa de Paul McCartney y madre de sus hijos, Linda Eastman —una fotógrafa talentosa y figura vibrante en la escena musical de los años 60— habría tenido una breve pero intensa relación con Jim Morrison, el carismático y salvaje líder de The Doors. Aunque su relación no fue ampliamente publicitada, quienes los conocieron decían que había una fuerte química entre ellos, alimentada por el espíritu libre de ambos.
Cuando Linda conoció a Paul McCartney, su vida tomó otro rumbo. Se enamoraron, se casaron en 1969, y ella se convirtió no solo en su compañera sentimental, sino también en su colaboradora artística en Wings y en muchos otros proyectos.
Sin embargo, la sombra de Morrison parecía permanecer en un rincón de su historia personal.
Paul McCartney, conocido por su afabilidad y su habilidad para tender puentes, nunca pudo evitar sentirse incómodo con la mención de Jim. A pesar de que no existían enemistades abiertas, Paul evitaba escuchar música de The Doors y mantenía cierta distancia cuando coincidían en algún evento o fiesta. Los otros miembros de The Doors, grandes admiradores del talento de McCartney, no comprendían del todo su frialdad, aunque lo respetaban profundamente.
La historia tomó un giro aún más curioso tras la trágica muerte de Jim Morrison en París en 1971. Con The Doors enfrentando un futuro incierto sin su líder, los miembros sobrevivientes —Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore— pensaron en una posibilidad tan audaz como improbable: ofrecerle a Paul McCartney unirse a la banda.
Para ellos, Paul era mucho más que un ex Beatle. Era un virtuoso compositor, un bajista innovador y un cantante versátil que, pensaban, podría no solo mantener viva a la banda, sino llevarla a nuevas alturas.
La invitación, sin embargo, fue rechazada de manera tajante. McCartney dijo un “no” rotundo, dejando claro que su camino era otro, pese a que en ese momento su carrera solista atravesaba dificultades y no tenía aún el mismo impulso de su época en los Beatles.
Algunos especularon que su negativa estaba motivada no solo por razones artísticas, sino también por lo personal: vincularse con la banda de quien había sido pareja de su esposa resultaba, quizás, emocionalmente incómodo.
Paul siguió adelante, lanzando discos, explorando nuevos sonidos, y cimentando su lugar como uno de los músicos más influyentes de todos los tiempos.
Rechazar a The Doors pudo haber sido una sorpresa para muchos, pero para McCartney, seguir su propio camino siempre fue su principio más firme.
Así, en una encrucijada donde dos grandes corrientes del rock pudieron haber confluido, la historia eligió la separación, preservando las identidades únicas tanto de McCartney como de The Doors, y dejando a los fans solo con la fascinación de imaginar lo que pudo haber sido.