El hallazgo de la tumba de Tutankamon, en noviembre de 1922, es uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la egiptología.

A pesar de la poca suntuosidad de la misma – ya que el faraón murió joven y su lugar de sepultura fue un espacio reaprovechado – en ella se encontró el mayor ajuar funerario jamás hallado en la tumba de un rey del antiguo Egipto.

Aunque este descubrimiento dio a Howard Carter fama mundial, una sospecha pesó siempre sobre el arqueólogo: la de haberse agenciado tesoros de la cámara funeraria para él mismo, antes de la apertura oficial de la tumba.

Sospechas que fueron confirmadas poco antes del centenario del descubrimiento cuando se publicó una carta inédita de Alan Gardiner, filólogo que ayudó a traducir los jeroglíficos de la sepultura.

En la carta, fechada en el año 1934, Gardiner revela que Carter le entregó un amuleto egipcio como agradecimiento por su ayuda.

El filólogo, sospechando que podría tratarse de un objeto robado, se lo mostró a Rex Engelbach, director del Museo Egipcio de El Cairo, que tras examinarlo le confirmó que había sido fabricado con el mismo molde que otros objetos encontrados en la tumba de Tutankamon.

El gobierno egipcio, de hecho, llegó a apartar a Carter de la tumba por un tiempo precisamente por las sospechas de que estaba robando objetos. Estas acusaciones nunca pudieron demostrarse en vida del arqueólogo, aunque era un secreto a voces.

Foto: Harry Burton