Escribimos esta carta porque, cuando un hombre con millones de seguidores dice que las mujeres deben “limpiar, cuidar y dejarse liderar por un hombre”, no está opinando: está promoviendo obediencia y machismo con sonrisa de coach. Y eso no se puede dejar pasar.
Javier, lo tuyo no es espiritualidad: es patriarcado disfrazado de autoayuda. No hablas desde el corazón, repites el guion rancio de siempre, pero con hashtags nuevos y tono de gurú. Lo que publicaste en Instagram —esa oda al “hogar como el lugar más preciado para los hombres” y a “la mujer que se deja liderar”— no es una opinión: es violencia simbólica envuelta en cursilería machista.
¿En qué mundo vives, Javier? ¿En qué siglo? ¿Quién te dio autoridad para decirles a las mujeres qué hacer con su “energía femenina”? ¿Desde cuándo amar implica someterse? ¿Desde cuándo cuidar, limpiar, nutrir y callar son sinónimos de realización? Lo que tú llamas “amor”, el feminismo lleva décadas denunciándolo como mandato de género, como trampa del sistema, como estructura que oprime y mata.
No eres un sabio, Chicharito. Eres un eco más del viejo evangelio del macho proveedor que se cree indispensable porque paga las cuentas y da abrazos. Ese que confunde liderazgo con jerarquía, sensibilidad con debilidad, y feminismo con amenaza. Ese que dice “nosotros no conocemos el cielo sin ustedes”, pero no tiene problema en encerrar a las mujeres en una jaula con cortinas y vajilla.
EL CIELO NO ES UN HOGAR LIMPIO. ES UNA VIDA LIBRE.
Hablas de mujeres que “deben cuidar y sostener el hogar”. ¿Y tú qué sostienes, Chicharito? ¿Quién limpia tus estadios, quién cuida a tus hijos, quién cocina en tus concentraciones? ¿Crees que eres menos hombre por fregar, por criar, por atenderte tú mismo? No. Lo que pasa es que estás tan acostumbrado a ser servido que confundes privilegio con naturaleza.
No hay nada más cobarde que el macho que se disfraza de protector para ocultar que lo que realmente le aterra no es la soledad, sino la igualdad. Te asusta que las mujeres no necesiten tu liderazgo. Te incomoda que te miren de frente, con la misma fuerza, con la misma voz. Te aterra que el hogar ya no sea refugio para hombres cansados, sino campo de batalla para la emancipación.
Dices que la sociedad está “hipersensibilizada”. Y sí, lo está. Porque llevamos siglos anestesiados ante los abusos y ahora empezamos a ver, a señalar, a actuar. Eso te incomoda, ¿verdad? Que se cuestionen los roles, los discursos, los privilegios. Que ya no puedas decir lo que quieras sin respuesta. Pues acostúmbrate, Javier. Porque lo que tú llamas censura es, en realidad, justicia tardía.
CUANDO EL FUTBOLISTA HABLA COMO PREDICADOR, EL MACHISMO SE PONE BOTAS.
Lo más peligroso de tu discurso no es la ignorancia, sino el poder que tienes. Millones de jóvenes te siguen. Niñas que juegan fútbol. Chavales que están construyendo su identidad. Y tú, en vez de usar esa visibilidad para desmontar estereotipos, para impulsar la igualdad, para dar ejemplo… la usas para reproducir el manual del macho proveedor, guía, salvador… y verdugo.
Esa frase tuya de que “muchos estamos aquí con ganas de cuidarlas, respetarlas, proveerlas” suena tan paternalista como falsa. Porque el respeto, Javier, no es un favor: es un derecho. Y la libertad no se negocia a cambio de afecto ni protección.
Tu masculinidad no está siendo erradicada: está siendo cuestionada. Porque no es natural, es construida. Porque no es inocente, es opresora. Porque no es amorosa, es funcional al dominio. Y porque el mundo —aunque a ti te cueste verlo desde tu altar de Instagram y tus retiros de espiritualidad para multimillonarios— ya no es territorio exclusivo de los hombres con “liderazgo energético” y discurso de seminario.
BASTA DE MISTICISMO MACHISTA. BASTA DE ROMANTIZAR LA OBEDIENCIA.
Las mujeres no están en este mundo para hacerte el hogar cálido, la cama limpia ni la vida fácil. No son el decorado emocional de tu existencia. No están aquí para encarnar una “energía” que tú ni comprendes ni respetas. Están aquí para ser libres, autónomas, iguales. Y eso, Javier, tú no lo soportas.
Así que guarda tu “cielo”. Porque si ese cielo exige sumisión, limpieza, silencio y obediencia… es un infierno con cortinas blancas.
Y ya no lo queremos.
Tomada de la Web.
Por Chihuahua Es Noticia