En 1994, un fuerte terremoto sacudió Los Ángeles y dejó a gran parte de la ciudad sin electricidad. Por primera vez en décadas, el cielo nocturno quedó libre de contaminación lumínica.
Lo que ocurrió después sorprendió a muchos residentes: una brillante franja plateada atravesaba la bóveda celeste. Sin reconocerla, decenas de personas llamaron al 911 para reportar un supuesto “objeto extraño” o incluso una posible nube tóxica.
En realidad, se trataba de la Vía Láctea, la galaxia que alberga nuestro sistema solar, invisible para millones de citadinos debido al resplandor constante de las luces urbanas.
El episodio se convirtió en un recordatorio de cómo la vida moderna ha borrado de la vista —y de la memoria colectiva— uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza.