Cuando una araña muere, sus patas se pliegan hacia su cuerpo, y aunque parezca un detalle macabro, tiene una explicación científica fascinante.
A diferencia de otros animales, las arañas no usan músculos para estirar sus patas. En su lugar, dependen de un sistema hidráulico interno impulsado por la hemolinfa, un líquido corporal similar a la sangre en los insectos. Mientras están vivas, bombean este fluido para mantener la presión que les permite extender sus patas.
Al morir, esa presión interna desaparece, y los músculos flexores —los únicos que sí controlan activamente— tiran de las patas hacia el centro del cuerpo. El resultado es esa postura encogida tan característica que vemos cuando una araña deja de moverse.
Un pequeño detalle natural que revela la complejidad del mundo animal, incluso en las criaturas más temidas.

Por Chihuahua Es Cultura