A simple vista parece insignificante… hasta que lo sientes. Un corte con papel puede arruinarte el día con una sola punzada, y no es exageración. Aunque es una herida mínima, ocurre justo en la capa más superficial de la piel, el lugar donde se agrupan miles de terminaciones nerviosas listas para enviar señales de dolor al menor estímulo. Como el corte no es profundo, esos nervios no se dañan ni se apagan: quedan expuestos, alertas y sensibles.
Lo más curioso es que casi no sangra. Al no tocar vasos sanguíneos importantes, la herida no se limpia ni se sella rápido, así que no se forma una costra que la proteja. El resultado: la piel queda vulnerable al aire, al polvo, al agua, al jabón y a cada movimiento del dedo, haciendo que el dolor se reactive una y otra vez.
Y como si fuera poco, el papel tampoco es tan inocente. Aunque parece liso, su borde es irregular y actúa como una micro-sierra que irrita la piel en lugar de cortarla limpiamente. Por eso un corte tan pequeño puede doler más que heridas más grandes. No es la gravedad lo que importa, sino el lugar exacto del corte, la cantidad de nervios involucrados y la falta de protección inmediata, lo que convierte una herida mínima en una molestia inolvidable.