Farid Dieck lo tiene todo: éxito, carisma, presencia. Pero también representa una herida generacional que muchos hombres cargan en silencio.
Muchos crecieron sin una guía emocional clara, sin una figura que les enseñara a identificar relaciones desequilibradas. Sin herramientas para entender cuándo están siendo usados, manipulados o simplemente no valorados.
Y por eso, hoy aceptan migajas emocionales de personas que nunca los vieron con auténtico amor.
En su caso, se vuelve evidente:
Una mujer que lo utilizó como trampolín para crecer en redes.
Que ahora lo expone públicamente, lo ridiculiza y lo llama “arrastrado”.
La historia de siempre: primero lo usa, después lo culpa.
Y aún así, él permanece ahí, entregado.
Cuando, con su nivel, podría rodearse de mujeres íntegras, maduras, sinceras.
Mujeres que lo admiren por quien es, no por lo que puede ofrecerles.
Pero está atrapado en una relación donde el cariño llegó después del éxito, no antes.
Y cuando el amor aparece solo tras la validación externa, casi siempre está contaminado.
Este tipo de vínculos —desequilibrados, unilaterales, transaccionales— terminan por pasar factura.
Farid no es un mal tipo.
No es ingenuo, ni tonto.
Solo es otro buen hombre que aprendió a amar dando todo, incluso cuando no le daban nada.
Y como muchos… va a despertar.
Cuando ya duela.
Cuando entienda que el amor real no se mendiga, ni se fuerza.
Se construye en equilibrio, admiración mutua y respeto.