Mientras otros buscaban innovaciones complejas, yo miré un invento olvidado y vi su verdadero potencial. El bolígrafo de László Bíró era brillante, pero aún inestable. Quise transformarlo en una herramienta confiable, económica y universal.
En 1950, lanzamos el BIC Cristal. Sin lujos, sin adornos, sin exageraciones. Solo una pluma que escribía bien, siempre. Su tinta fluía con precisión. Su diseño era claro, transparente, honesto. Porque cuando algo es bueno… no necesita gritar.
Ese pequeño objeto cambió la forma de aprender, de trabajar, de crear. Estuvo en escritorios, mochilas, oficinas y cuadernos de todo el planeta. Se volvió invisible por ser perfecto: nadie pensaba en él, pero todos lo usaban.
Hoy, cada trazo hecho con un BIC es parte de una historia más grande: la del ingenio humilde que entendió que la perfección no está en lo complicado… sino en lo eterno.
“No diseñé una pluma para destacar… diseñé una que funcionara tanto, que no tuvieras que pensar en ella.”
“El mejor diseño es el que desaparece… pero nunca falla.”
– Marcel Bich
